Diario de Melancolía

 Soñé un día con la vida que veo en los demás suceder. Soñé que un momento nos alcanzaría, de felicidad,  de plenitud. Soñé que dos se convertirían en tres y que seríamos felices con eso. Soñé que caminariamos tomados de la mano por escenarios que juntos imaginamos recorrer. Soñé con noches rodeados de amigos y sonrisas sin parar. Copas de vino consumir. Risas al pasar. Soñé con peleas y discusiones terminando con un abrazo y quizá mucho más. Soñé que nos amábamos sin parar. Soñé contigo y conmigo sin más.  Soñé sin querer despertar. Soñé y de repente me hiciste despertar, tu, sin reparar.  Soñé para darme cuenta que los sueños... sueños son. 

Te extraño. Igual o quizá aún más  que el primer día que te fuiste. Te extraño, que si tuviera que juntar todas las veces que he pensado en ti,  tendría un cielo estrellado solo para nosotros dos. Te extraño y me enojo de imaginar que tu no lo hagas igual. Te extraño y me entero de tu trabajo, tus amigos, de tu gente. Y me entero y me enojo y grito  Y te vuelvo a extrañar maldita sea. Porque algo dentro de mi susurra a mis oídos  que tu me extrañas también.  Que me piensas igual.  Que me celas igual. Y entonces, Te extraño un poco más.

 Los días grises me hacen reflexionar.  Los días grises me ponen a viajar. Cuántas historias recorridas para llegar hasta aquí. Aquí que siempre resulta el punto de partida. Un eterno retorno... a mi soledad.  Pero esta vuelta se siente particularmente diferente, comprendo ahora el origen de la eterna búsqueda, ese que no es otro más sino que encontrarme a mi misma.  Y así, poco a poco, desilusión tras desilusión, van dejando de importarme. Estas dejando de importarme. Ya no me duelen. Ya no me dueles. Al final, estaré aquí,  conmigo.

Porque te va a doler el doble.   Y se volverá a ir sin importarle tu dolor.