También del Diario de Taniuska...
****Grises los cielos el día de tu muerte. Por las calles, las personas caminan sin saber hacia dónde van, sin pensar. Las aves, que han remontado el vuelo, no paran en algún punto a descansar. Solo vuelan. Se alejan. Son tus alas. Tus alas de libertad. ¿Huyen?
¿Cómo quieres que uno te recuerde siempre?
Si las risas y los llantos parecen desaparecer más rápidamente que tu cuerpo.
La mente, esa conciencia traicionera que promete siempre y casi nunca cumple.
El viento, frío. Las mujeres cubren los rostros de sus niños con los rebozos. El cabello de las muchachas vuela. Se resiste al coqueteo.
Es tu aliento, que sigue respirando en este mundo.
De pronto, la lluvia, torrencial, sin parar, nadie corre, solo la sienten, fuerte, recia, fría. Es la lluvia. Estiro mis brazos y no te encuentro y mis lágrimas se confunden con las tuyas que caen del cielo. (te pregunto ahora, ¿el cielo verdaderamente está allá arriba?), pero no hay expresión en mi mirada, porque no te puedo ver y aunque te puedo sentir, no te siento feliz y pacífico como lo prometiste. Como me lo prometiste.
Estiro mis brazos... y no te encuentro.
Sólo los entrelazo a mi propio cuerpo. Me abrazo a mí misma en la esperanza de encontrarte aquí.
Así, amigo, me imagino el día de tu muerte.
(Sabes bien en qué momento lo escribí)
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